Es curioso, cómo un día tan aciago puede contener tanta ilusoria felicidad. Quizás son estas horas las que nos muestran la acertada filosofía que hemos de asumir. Días en que la cabeza, los libros y la abstracción quedan aparcadas, olvidadas, y lo primario manda. Días, en que ni la manifestación de tus mayores defectos, el cumplimiento de tus más cruentos temores, no importan. Miento; sí importan, son el objeto de tu felicidad. Pues ante un panorama desolador, la autocrítica es el más eficaz bálsamo. Y esto no se enseña; se aprehende. Pobre ignorante, perdedor, o mejor aún; afortunado. ¡Vuelta a la tortilla del fracaso!
Aprende a exprimirte, piérdete, vive. Y luego, hijo pródigo, valora.
Quizás, estaba algo equivocado. Quizás esté aprendiendo a reirme. A vivir.
No hay quizás que valga.
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