miércoles, 6 de mayo de 2009

Tic-tac (de nuevo)

Una noche, un segundo. Un solo segundo que vale por toda una noche. Ya hacía tiempo que no corrían en sus relojes esos maravillosos segundos. Y sin embargo, ahora parecían retomar las agujas un sosegado, y también intenso compás descompasado. Esas agujas azuladas, esas pupilas, volvían. Extraño.

Su reloj estaba aún algo oxidado. Había comenzado a deteriorarse cuando paulatinamente se había acelerado el correr de los segundos. Las agujas llegaron a alcanzar ún ritmo tan alto y estable, que acabaron por cesar el compás, oxidando el mecanismo. Ya no había segundos.

Hasta ese segundo, en que el alcohol engrasó lo suficiente el mecanismo como para que corriese, como si nunca hubiese estado detenido, otro segundo. Incluso surcó su tiempo de nuevo otro segundo apenas una semana después.

Y ahora, el reloj oscila entre el seguir corriendo y su desarme, en el estancamiento de esas agujas, de esos ojos. De ese pestañeo, ese segundo, que aun sin saber cómo, dónde ni por qué, surgió. Intriga.

Viene entonces el artífice, el relojero, que paradójicamente siempre llega a deshora, a la mañana siguiente.

-No se preocupe. El reloj funciona a la perfección. No es ningún problema que marque los segundos tan de tarde en tarde (o de noche en noche). Es justo lo que debe hacer. Si alcanzase el leitmotiv que otros relojes suelen buscar, sus segundos se contagiarían de una rutina asesina, que acabaría por destruir el reloj. Y por otra parte, ya sabe usted que es imposible que una vez pase un segundo se pueda querer prescindir de un buen reloj. Sus agujas marcan el mejor ritmo que podrían marcar. Es usted muy afortunado.

Y así lo haría, o mejor aún, lo hará desde entonces. Su preciado reloj seguirá dejando correr los bellos, tiernos, y por supuesto, salvajes segundos. Pero no deberá nunca seguir un aburrido patrón.

Ya sólo queda sincronozar los relojes.